La música es una flecha al interior de nuestro cerebro, conectando emociones y recuerdos.
Añadir música a nuestros recuerdos para no perderlos.
La música es una flecha al interior de nuestro cerebro, conectando emociones y recuerdos.
Añadir música a nuestros recuerdos para no perderlos.
Septiembre es mi principio de año desde que tengo memoria. Septiembre es una libreta nueva, una agenda vacía, rotuladores recién comprados, la incertidumbre maravillosa de abrir libros nuevos y plantearte otras rutinas con el chute de energía y sol que nos deja el verano.
Este año es distinto en muchos sentidos. No hay nada nuevo pero tampoco nada conocido a la vista. La incertidumbre no es maravillosa, da un poco de miedo. La alegría y la luz del verano parecen pequeñas en comparación con el año que hemos pasado hasta llegar a él. Ha sido un verano con efecto reatroactivo.
Pienso, deseo, espero y proyecto un septiembre de cooperación, un otoño que nos lleve a realmente comprender las cosas que esta cuarentena nos ha despertado.
Impulso mis esperanzas para este septiembre extraño que me encoge un poquito el corazón.
Hay que aferrarse a la poca cordura que queda en estos tiempos anormales. En los últimos meses escucho y leo tanto juicio hacia las personas que ya estoy algo saturada.
Ojo, hay que mantener el fino equilibrio entre todos aquellos que usan la autocompasión y la excusa para no hacer nada de su vida (mientras el motivo principal permanece enterrado en ellos mismos, ya se trate de miedo paralizante, depresión a causa del desánimo o perfeccionismo que les hace rendirse cuando las cosas no salen bien) y todos los que se autoensalzan y endiosan su trabajo y esfuerzo (olvidando por supuesto a las personas que les ayudaron a alcanzar sus metas, los conectaron en sitios o allanaron sus caminos, olvidando las circunstancias favorables que les hicieron la meta cercana o simplemente su privilegio por haber nacido en cierto lugar o familia).
Más empatía, menos egocentrismo. Más análisis crítico, menos ideologías baratas. Más ayudar a los demás a que consigan, menos envidiar a los que llegan o despreciar a quienes no lo han conseguido…todavía.
¿Es mucho pedir que no perdamos de vista lo que importa?
Da miedo compartir los fracasos, porque la gente utiliza sus manos para apuntar tus fallos y aplastar tus sueños como si fuesen mosquitos molestos, en lugar de usarlas para ayudar a levantarte.
Da miedo compartir las tristezas cuando se usan como arma arrojadiza a la siguiente ocasión, para atacar y humillar.
Da miedo compartir los temores; los vuelven monstruos en su propio beneficio, espanto para sacar rendimiento.
Da miedo mostrarse vulnerable, abrir el corazón otra vez, recibir palabras amargas y críticas duras, destructivas, que ahogan.
Sin embargo, ¿cómo podemos ser auténticos sin mostrar nuestros fracasos, si guardamos todo lo feo y lo difícil, si damos una imagen idealizada de nosotros mismos? ¿A quién engañamos? ¿A quién ayudamos? Valentía es ser torpe un día, eficiente otro, alegre y positiva a ratos aunque a veces estemos tristones y todo parezca ir mal.
No crecemos ni dejamos crecer si no mostramos la cueva y los pozos, además del hogar y la sonrisa.
Por fortuna, quedan personas que escuchan miedos, comparten penas y jamás pronuncian “te lo dije”, sino “¿cómo puedo ayudarte?”. Manos que tiran para sacarte de la niebla y llevarte al lado soleado de la vida.
Te lo dije… soy una persona completa y con agujeros.
Que lo malo arda, se reduzca a cenizas, se convierta en humo, se disipe en el aire…
Que arranquemos del corazón y la mente lo que nos ancla al miedo y nos paraliza, lo que no nos deja avanzar.
A la hoguera lo que necesita salir de nuestra vida, ya sea que venga de otros o de nosotros mismos.
Fuego que destruye para poder construir.
Hace bastantes años, en lo que hoy me parece otra vida, una persona me rompió el corazón diciendo que no estaba preparado para no volver a sentir “por primera vez” un beso, los nervios de decir “te quiero”, enamorarse, hacer el amor, pelearse con su pareja, reconciliarse después…
Por eso, buscaba en otra gente lo que jamás podría hacer conmigo. Empezar todo de nuevo. Experimentar la emoción del misterio, del no saber qué te espera.
Me hizo reflexionar mucho. Estuve meses dando vueltas a la misma idea. ¿Y si una vez que lo vives, se acaba para siempre? ¿Será posible que tenga que conformarme con la idea de vivir la emoción una vez en la vida o empezar de nuevo con gente diferente todo el tiempo? ¿Y si después de tener a mi primer hijo, la emoción por el segundo jamás iguala ese momento?
Pues yo sigo pensando que la vida está llena de primeros momentos, que puedes compartir con gente diferente o con las mismas personas. Porque la vida empieza con cada latido, después de cada herida o tras ver cómo rompen tu corazón en mil pedazos. Un abrazo vuelve a ser el primero cuando surge espontáneo, por el cariño que ya te tienen y te han mostrado. Un café con las amigas puede ser el inicio de una vida nueva después de la etapa más oscura. Después de cientos de cafés en el mismo bar.
La vida comienza muchas veces y tiene muchos “por primera vez”. No hace falta buscar nada. La vida viene. La vida va. La vida empieza cuando menos te lo esperas y te encuentra en el momento adecuado, te lo aseguro.
Sé que nos quedan millones de primeras veces. Y yo, no pienso perdérmelas.
Las aceitunas ya no sirven de piruleta, los coches imaginarios no ruedan…
Las canciones que te calmaban han perdido su fuerza.
El presente aprieta…
El presente aprieta…
Se acabó el leer esperando que te despiertes o hacer el desayuno mientras tú duermes.
Reírme bajito recordando la noche anterior de besos y cosquillas, de música y color.
Las palabras pesan…
Las palabras pesan…
Las inseguridades retumban, vuelven las grietas y todo cambia mientras sigue igual.
Todo fluye y tú eres roca. Todo vuela y tú te arrastras. Obsoletas lealtades, gastadas resistencias.
Rompen las olas…
Cruje la espuma…
En el futuro que quiero, existo de otra forma.
En el pasado buceo por las zonas oscuras que enterré en el océano.
En el presente me pierdo…
en el presente me pierdo…
Aunque el trabajo no define quiénes somos, algunas personas hemos podido trabajar en campos a los que nos sentimos conectados en un plano un poco más íntimo. Son los llamados “trabajos vocacionales”, en los que nada es un paseo entre flores, pero en los que se suele invertir mucho personal aparte de la profesionalidad que exija.
Vocation is not vacation.
Es algo que aprendí hace mucho tiempo. Elegí Educación, aunque siempre he sentido curiosidad por muchas otras cosas y, creo que me habría encantado profundizar en diferentes campos y habría sido igualmente feliz. Pero elegí ser maestra. Y decidí serlo porque me parecía importante implicarme en la construcción de un futuro mejor, ser parte activa de los cambios que me gustarían ver en el mundo que vivo.
La Educación tiene que cambiar en este país, en este mundo. No podemos pretender enseñar asépticamente nuestros contenidos. No podemos enseñar NADA sobre Biología o fechas de Historia si no somos honestos y planteamos los temas realmente complicados.
En un mundo polarizado, en la que se sigue oprimiendo a los de siempre mediante técnicas más sutiles que cada vez más se vuelven a la agresividad frontal, no podemos pretender ignorar nuestra responsabilidad una vez más.
Familias, hablad con vuestros hijos. Tened conversaciones sobre temas que importan. Quizás pensamos que el problema del racismo en la sociedad sólo está en los Estados Unidos, pero… ¿habláis con vuestros hijos de los gitanos?, ¿corregís a las personas que os rodean (amigos, familiares, vecinos, compañeros de trabajo) cuando hacen comentarios racistas o chistes?, ¿o simplemente te callas?
No es momento de silencio. Es momento de salir de nuestro caparazón seguro y hablar. Pronunciarnos por la justicia social. No va a venir porque sí. Es algo por lo que vale la pena luchar. La lucha está en nuestros actos, en nuestras palabras, en nuestras intenciones y en nuestra educación. Edúcate a ti mismo, deconstruye tu racismo, construye y sé constructivo en tu familia, grupo de amigos o en clase con tus alumnos. Saca temas difíciles. Busca conversaciones incómodas.
Ya no vale el silencio. ¿Qué tienes que aportar tú? Empieza tu proceso y construye en el de otros. Es TU responsabilidad si quieres un mundo realmente justo y verdaderamente mejor.
La gente ha pasado este confinamiento de maneras distintas. Algunos han aprovechado para hacer limpieza, leer libros, cocinar, hornear pan, hacer deporte, el cambio de armarios, jugar en familia a juegos de mesa, jardinería, proyectos, estudios, videovermús… Otros han sobrevivido a pesar de doblar turnos, tener que lidiar con la educación a distancia de los niños y la cantidad desmesurada de correos entre profesores y familias, tener a familiares enfermos en hospitales o aislados en casa, la tensión de no saber, salir a trabajar con el camión, ver que enferma algún compañero…
Yo estoy en un punto medio. No es que no haya hecho nada. Pero he estado a ratos bien, tranquila, instalando rutinas que nos ayudasen a sobrellevar esto con cordura y suavemente. Otros ratos he estado desbordada, dando apoyo a hijas que lloran desconsoladas porque no aguantan más esta situación, acompañando enfados de hijos que se plantean cosas demasiado existenciales para su edad y viendo como un compañero de vida se mata a trabajar para sacar a esta familia adelante.
Y aquí estoy yo. Entre lloros, paseos, respiraciones… sin mi piano para desahogarme, sin poder concentrarme en leer o estudiar. Sin querer hornear panes, sin ganas de seguir con mi rutina deportiva, con tranquilidad general y pánico momentáneo, con rabia cuando veo las noticias que me confirman que somos un país al que unos cuantos se empeñan en dividir, con alegría cuando veo tanta gente buena haciendo lo que puede por los demás.
No puedo decir que he hecho mucho este confinamiento. He cuidado de los míos, he respirado hondo. Hemos sobrevivido mentalmente. O en ello estamos.
Días de confinamiento, días de lluvia, días de verde y amarillo desde la ventana, de amapolas que salpican de rojo el campo de margaritas que se extiende ante mí.
Semanas de mirar por el ventanal pero no ver lo que hay delante. Semanas de ver los campos de trigo moverse con el viento y pensar en el océano.
Meses de echar de menos, imaginar que estoy en otro lugar escuchando las olas y las risas de los míos.
Si me concentro mucho, siento la brisa salada en la cara y cómo mi pelo se vuelve loco con la humedad. Si cierro los ojos, escucho el rumor de las olas y siento la arena calentita en mis manos.
Esto también va a pasar. Pronto. Espero. Deseo.