PRIMER ACTO
Me he quedado dormida en el sillón, tratando de leer información que mi cerebro no asimila a estas horas. Se ha hecho tarde, los niños ya están dormidos. Bajo las persianas del ventanal del salón, como si echase el telón al final del teatro y me aseguro de que los interruptores estén alineados. Tics. Y los segundos pasan.
La lluvia golpea rítmicamente el tejadillo metálico de la entrada y yo no puedo concentrarme en otra cosa que en la regularidad del sonido. Apago las luces que aún estaban encendidas, bebo un trago de agua. No bebas mucho, pienso, que luego te despiertas por la noche. Giro la llave, cierro por dentro para conseguir una falsa sensación de seguridad, supongo. ¿Quién vendría hasta aquí, en medio de ninguna parte, con toda esta lluvia? Es tonto, pero no puedo dormir a no ser que cierre por dentro. Eso si tú no estás. Aún no has llegado. Es tarde pero todavía no estás aquí. Lo normal del viernes. A estas horas estaréis escuchando lo que habéis grabado, tomando unas cervezas y pasando un buen rato. Ya llegarás. Yo quiero aprovechar que aún sigo un poco dormida. A ver si hoy consigo conciliar el sueño. Pero no, es automático: me meto en la cama y los ojos se me abren como platos. El cerebro rebusca cualquier detalle inquietante, cualquier resquicio de preocupación, para ocuparse de eso y darle vueltas.
Tic toc tic toc
SEGUNDO ACTO
Ha pasado una hora y no soy capaz de dormir. He dado doscientas vueltas, probado todas las posiciones recomendadas, he respirado, he visualizado bosques en calma, me he puesto muy bajito música relajante de fondo, también ruido blanco, he hecho dos meditaciones…y nada. Ninguna de estas técnicas me ayudan. Miro por la ventana. Ni una luz. Todavía no has llegado. Te he empezado a escribir un mensaje al móvil y lo he borrado cuatro veces antes de terminar. No quiero molestarte en tu tiempo sagrado. Los viernes son para ti, para tu arte, para tu paz.
¿Qué es ese ruido? No suena a lluvia, ¿qué es? ¿Ha sonado en la habitación de los niños? Me acerco despacio, casi de puntillas y me asomo a la puerta. La he dejado abierta porque cada vez que la abro o la cierro, cruje y se despiertan. Tengo que acordarme de comprar aceite para las bisagras. Mierda, otra cosa más en la que pensar.
¡Ha vuelto a sonar! No, no es en la habitación de los niños. Suena en la azotea. Quiero saber qué es, pero no me apetece subir ahí arriba sola, con este viento y la lluvia. ¿Qué hago? Mejor me voy a la cama; ya es tarde, seguro que estás a punto de llegar. Aguanto la respiración hasta que dejo de escuchar el ruido y entonces me doy cuenta de que era la rama de un árbol moviéndose con el viento.
TERCER ACTO
Te escucho aparcar el coche y apagar la música de la radio, tus pasos en los peldaños de las escaleras, cómo giras la llave despacio para no despertarme. Abro sólo un ojo para saludarte: “Buenas noches”, susurro.
“Lo siento, ¿te he despertado?”- me preguntas mientras te quitas los zapatos.
“No, tranquilo. Llevo horas dando vueltas. Otra noche sin poder dormir.”
“Pues ahora dejo de hacer ruido, me meto en la cama y me cuentas cómo te ha ido el día.”
Pero a los cinco segundos, ya estás respirando fuerte, con los ojos cerrados. Te miro. Te envidio. Es ponerte en posición horizontal y tu cerebro registra la orden, clara y precisa: DUERME.
Ojalá mi cerebro fuera así. Al mío parece que le fastidia que intente descansar. Me lo imagino como un centro de emergencias: ¡Alarma! ¡Se está durmiendo, se nos duerme! ¡Activad todos los miedos, haced que piense en lo que dijo hace veinte años y su repercusión en la vida adulta! ¡No dejéis que esté segura de si cerró el coche con llave o no! ¡Hay que despertarla, joder! ¿Por qué se llaman así las flores? FL, quién se inventó ese fonema tan complicadito….
Le contemplo mientras duerme. Me aprendo su cara de memoria, por si algún día me hace falta. Me acurruco en su costado, le mordisqueo la oreja, le doy besos con las pestañas… está dormido profundamente.
Miro el reloj, son casi las cinco. Me hago un té calentito, me subo a la azotea y me siento a ver el amanecer. Sale el sol, que ilumina mis ojeras. Parezco un mapache con estas ojeras, pero me encanta la vida. Me gustaría dormir más, pero ¿acaso hay algo perfecto?