She- second chapter

Admiro la claridad mental de la gente. La admiro porque yo carezco de ella. Me fascina ver a esos seres pequeñitos que tienen claro lo que quieren ser y siguen el camino hasta serlo. Me maravillan los adolescentes motivados que dan cada paso en dirección a sus pasiones u objetivos.

Me hipnotiza ver a la gente cumplir sueños. Tenerlos. Definidos y claros… porque yo jamás los he tenido. Al menos no así. Siempre los envuelve una especie de niebla mental en la que no se ve nada.

Soy como un balancín que no permanece quieto ni en la misma dirección. O mejor, como un columpio al que le han retorcido las cuerdas tanto que cuando lo sueltas no sólo gira alrededor de sí mismo, sino que se sale de la órbita marcada y golpea todo a su paso.

Sí, es más así. Un balancín es demasiado ordenado para el caos interior que siento desde niña. Lo que contrasta, por lo visto, con el aspecto que muestro. O bueno, mostraba. Ser madre ha puesto el escaparate más realista… los hijos remueven las porquerías internas que lleva una ocultando bajo la alfombra durante años y las muestran en segundos.

De pequeña era la típica niña obediente, aunque por dentro me plantease una rebelión no pacífica. Acataba, aunque preguntase. Tampoco me parecía el fin del mundo, ya que mis padres exigían de mí lo normal. Tal vez exigieran un poco de excelencia, pero sin intención de machacarme. Ellos veían la perfección potencial en mí. No los culpo. Todos los padres vemos el ideal en nuestros hijos.

Yo era una niña nerviosa pero tranquila, inquieta pero absorta. Con muchas pasiones internas pero todas “bien canalizadas”; a nadie le molestó nunca que leyese como si no hubiera un mañana, o que fuera intensa tocando Chopin en el piano. Nadie se quejó de que fuera una niña feliz o estudiosa, porque devoraba todo el conocimiento que caía en mis manos. El fuego sólo molesta cuando está fuera de control. De lo contrario, se recibe como acogedor y útil. Así era yo de pequeña: acogedora y útil.

Sentía fuera de lugar decir “no” a lo que me pidieran, así que si no quería hacer algo intentaba fabricar una excusa. No quería parecer borde o poco considerada, no quería que los demás vieran mi pereza o mi incapacidad. Montaba una excusa, una mentira si somos realmente estrictos con las definiciones. En mi mente, todo era excusable. Pero la culpa y el auto juicio por no ser capaz de enfrentar las cosas sin rodeos, por no ser capaz de ponerme en primer lugar, me comían por dentro. Sabía que no era lo correcto pero me daba demasiado miedo defraudar a la gente.

Ser “buena niña” era mi seguridad. No tenía ni idea de quién era yo, ni de lo que necesitaba… Nunca he sabido elegir. Siempre he considerado muchas opciones. No he sido especialmente brillante en algo, pero he tenido un horizonte bastante amplio. Mis habilidades no eran destacables en nada pero tampoco era especialmente horrible en nada. Lo que sin duda sentía que me definía y en lo que me encontraba cómoda era en el traje de “chica buena” que me habían creado a lo largo de los años, sin mala intención, con sus comentarios y reafirmaciones el resto de la gente. Traje, que por otro lado, yo había aceptado a llevar gustosa. Cuando alguien es tan inseguro como yo, es más fácil cumplir el papel que te asignan. Especialmente si no cuesta mucho trabajo; al principio, claro.

No saber decir no me ha traído muchos problemas en la vida. No ser capaz de elegir por no conocerme lo suficiente, también. Las decisiones más importantes que he hecho, han coincidido con los momentos de mayor confusión y tristeza. Aun así, la vida, el universo, el ser superior que nos haya creado o la casualidad (llámalo como más te guste) me han dado la oportunidad de ser feliz… by chance. No quiero sólo exponer lo negativo. Mi compañero de vida fue una maravillosa casualidad después del mayor terremoto en mi existencia. No lo elegí, apareció y lo único que hice fue seguir mi intuición y perseguir una oportunidad. Afortunadamente.

Aún así, aquí me encuentro. A mis 40 años, intentando comprenderme mejor para vivir mejor y hacer la vida más fácil a los que me rodean. Y de manera urgente, a mí misma.

Si me preguntas ahora “cómo soy” puedo contestar algo más que a los 20 y, hasta es posible que suene coherente y razonable. La verdad es que aún no tengo ni idea. Tengo mucho equipaje. Muchas piedras en mi mochila que otros han puesto, muchas que he puesto yo creyendo las expectativas o prejuicios de otros, creencias que ya no creo pero que estorban y un batiburrillo de malas experiencias y desconfianzas varias.

Sigo siendo indecisa, sigo teniendo problemas para ponerme en primer lugar, odio el enfrentamiento pero sé defenderme algo mejor, ya no guardo mi ira aunque estoy intentando buscar la forma más sana para canalizarla y sacarla, ya no me da miedo decepcionar a extraños pero sí siento pánico de hacerlo con las personas que quiero y me quieren. Sigo buscando un camino laboral y profesional que realmente sea para mí y no sólo que haya elegido por razones equivocadas, lo cual no quiere decir que no ame la Educación pero, francamente me siento una impostora en este mundo.

Fui madre sin buscarlo. Y a veces me siento muy culpable porque el mundo de muchas personas se puso patas arriba. El mío y el de él principalmente, pero también el de mi pequeño y nuestros padres, hermanos, amigos…

Fuimos padres jóvenes y creerías que eso ya está más que superado y con nota, pero no. Algunas consecuencias de lo inesperado de la situación siguen vigentes.

Mea culpa. Estas inseguridades son normales… pero en la adolescencia o en la juventud más temprana. ¿Por qué tengo casi 40 y sigo estancada aquí? Quemar etapas demasiado rápido no es lo ideal. Si hubiera vivido las rebeldías propias de cada momento, ahora lo tendría más fácil.

Eso o esa es la mentira que me repito. Porque ya sabes que soy una maestra de las excusas. Sobre todo las que me doy a mí misma.

Romper los trajes impuestos no es cómodo. Ni fácil. Algunos parecen una segunda piel.

¿Soy una “niña buena” genuinamente hablando? Desde luego, no es lo que pienso de mí. Tampoco es que sea una víbora disfrazada pero, obviamente no soy lo que me asignaron ser. Ni lo que me autoimpuse por vaguería, cobardía o miedo.

Hacer terapia por aquí es un poco patético también, ¿no? Ahora mismo necesito claridad y escribir siempre ha sido la forma de poner en orden mis pensamientos, sólo que ya ni siquiera puedo hacer eso. No puedo ni escribir. No puedo organizar, ordenar, limpiar el caos… Por eso hoy he aprovechado para poner en palabras los sentimientos tan fuertes que estaba teniendo, con la esperanza de retomar este orden que tan bien me viene. Especialmente ahora que no tengo silencio externo, ni espacio propio ni tiempo real para esto.

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