Todos los días veo noticias, leo comentarios y estados en redes sociales de gente enfadada. Gente que se enfada y lanza críticas a sus vecinos por salir con los niños sin mascarilla, o por salir a hacer deporte y tirarse más de una hora…gente que critican a los sanitarios, a los políticos, a los artistas, a los escritores, a los científicos. No sólo sucede aquí, está ocurriendo en la mayor parte del mundo.
Esta cuarentena hay mucho ruido, aunque alrededor haya existido más silencio que nunca. Puede parecer una paradoja porque tanto silencio ha habido, que la gente de ciudad se maravilla con volver a despertarse con el sonido de los pájaros cantarines en primavera; pero a la vez, hay tanto ruido que me da angustia salir de mi refugio, de mi cueva, porque no puedo soportar las peleas e insultos constantes.
No hay que tener la piel demasiado fina en momentos así. Son momentos difíciles en los que jamás nadie va a hacer todo al gusto de todos, o más bien, hacer todo correctamente al criterio de los demás. No digo que haya que coartar la libertad de expresión. Eso no me parece solución. Lo que sí apunto, es a que deberíamos revisar cuidadosamente la forma en la que expresamos nuestro desacuerdo. Creo que nos falta práctica en decir nuestra opinión y hacer que se escuche, pero de manera constructiva. Opinar en base a cosas reales y no opiniones ajenas o verdades incompletas, relativas o basadas en mentiras, simple y llanamente. Hablar críticamente con respeto, sabiendo cuál es nuestra parcela de conocimiento o experiencia, respetando y validando a la gente que tiene más que decir que nosotros. O a la que tiene mucho que aprender.
Porque si no revisamos nuestra forma de expresar desacuerdo o incluso enfado, sólo estaremos equivocándonos de nuevo sin encontrar la solución, ladrando como perros furiosos, mientras todo se destruye.
Es una oportunidad de oro. Don´t keep barking up the wrong tree!