Esperé impaciente que llegase y, sin darme cuenta, casi se marchó.
Agosto, este año, es sinónimo de descanso, familia, amigos, diversión, viajes y alegría. Intentaré resumir mucho para no aburrir a nadie a la vez que comparto mis buenos momentos con vosotros.
Agosto comenzó en la carretera, en un coche con mucha música y muchos kilómetros por recorrer. El destino merecía el esfuerzo… el vecino Portugal. Costa atlántica, recortada, tranquila, no invadida (aún) por el turismo en masa…
Podría describir mil paisajes, contar anédotas, situaciones, conversaciones con amigos y lugareños. Pero creo que será más provechoso y menos aburrido si os dejo unas fotos y completáis con vuestras palabras las historias.
Y aquí nuestro compañero de noche de Gintonics…
Sí, sé que da un poco de repelús, pero al final hasta le cogimos cariño.
Después de una semana en el país vecino, tuvimos que volver a Madrid para la boda de una persona muy querida que además nos permitió reunirnos con mi amiga de toda la vida y su familia. Un par de días divertidos y llenos de buena compañía (muchos niños y mucha vida).
Después salimos otra vez de viaje para el país vecino, pero por otra zona y en otro plan; primera vez que acampamos con los niños. Porto ciudad, el casco antiguo, me gustó mucho. Pero hacía mucho viento y frío, así que decidimos subir a Baiona con nuestros amigos, que venían de visita desde las Antípodas.
Nunca había estado en esa zona de Galicia y, la verdad, quedé impresionada. A Lucas le encantó el tobogán de la piscina, conocer niños y presentarse él solito en el camping, explorar la playa… Stella se quedó totalmente enamorada del castillo, nos hizo recorrer las murallas de principio a fin e inventó historias desde las almenas. Yo disfruté de las vistas, de la maravillosa puesta de sol frente a las Islas Cíes y de la amistad de personas que tardaré años en volver a ver (odio la distancia, cada día más).
Agosto casi ha terminado… y las vacaciones con él. Pero ha sido un mes para recargar pilas, pasar tiempo con personas especiales que por desgracia viven lejos, disfrutar de la naturaleza, aprovechar cada segundo con nuestros niños y sobre todo, de tranquilizar los locos pensamientos, apaciguar el alma y llenar de paz el corazón.