Una de las cosas que más me gustaban del otoño eran las salidas familiares a ninguna parte. Mi padre ama conducir por carreteras pequeñas y sitios pintorescos, sin rumbo, con su música de Jean Michel Jarre, The Beatles y Elvis… y nosotras, las tres mujeres de su vida (sin contar a mi abuela), no podíamos ser más felices subiendo y bajando montañas, mirando los colores rojos, naranjas, amarillos de los árboles y canturreando. Fuego puro, naturaleza viva.
Después de unos días de lluvia, el primer fin de semana en que asomaba el sol (aunque fuese tímidamente), salíamos con nuestra cesta de mimbre a buscar níscalos. Nos levantábamos bien temprano, porque si no, los madrugadores se los llevan todos.
Es importante ir con gente experta porque las setas son fáciles de confundir y nadie debe arriesgarse a una intoxicación alimentaria. Además, si los arrancas en lugar de cortarlos, no salen al año siguiente. Los níscalos son fáciles de reconocer y están riquísimos.
Con mis padres solemos ir por la zona de Tamajón. Un sitio precioso, con río, cuevas y muchas, muchas setas.
Por tarde, la mayor delicia era limpiar nuestros “trofeos recolectores” y disfrutarlos a la plancha, con ajitos dorados y un chorrito de aceite. Una delicia.
¿Os animáis a un día campestre familiar con recompensa culinaria?