Le gusta estar sola, que nadie la mire cuando camina por la calle. No necesita gestos de aprobación o miradas de admiración. No quiere depender de ser exclusiva para alguien. Le importa poco que nadie la considere especial, sabe que lo normal es serlo.

Rechaza los cumplidos con una sonrisa amable que oculta su indiferencia absoluta. No está hecha de opiniones ajenas. ¿Qué importa lo que piensen los demás de ella? “¿Qué saben ellos mejor que yo?“, se pregunta.

Algunos consideran ingenuidad su talante despreocupado. Otros la tachan de pura fachada: “se hace la dura”, piensan. Pero una vez más, eso no le importa. ¿Qué más dan el resto de opiniones?

Ella camina feliz en sus nubes, en su sencillez, en su pasmosa manera de simplificar la vida. Esa actitud encantadora que desarma a los demás. La calma frente a las palabras estúpidas que vomitan, tratando de derrumbarla. Ella esquiva el veneno con una agilidad no aprendida.

Ingenua o no, ella vive como ha decidido. Y es secretamente feliz. Absurdamente feliz.