Ser maestra es duro y gratificante. Sobre todo en esta época de exámenes finales- algún día escribiré lo que pienso de las “fantásticas” formas de evaluación a las que nos obligan. Existen días de desierto cerebral y otros en los que, mis queridos alumnos, están sembrados.
A veces anoto sus ocurrencias en una pequeña libreta, pero debería hacer un recopilatorio con todas las anécdotas que llevo vividas.
Ayer, sin ir más lejos, uno de mis estudiantes me soltó tan pancho:
– Teacher, can I GOrrow a pen, please?
– BOrrow, BOrrow…
– Ah, eso… es que me he liado con lo de ir al “toilet”.
Tal cual. Y lo peor es que volverá a repetir el Gorrow la semana que viene. Estoy segura.
Los pequeñitos insisten en repetir cada principio de curso eso de:
My name “iks“… en lugar del simple “is“. Será que cuando es fácil, ya no nos mola tanto la idea de hablar inglés.
El “chicken in the kitchen” es un espectáculo. En cada juego de pruebas que hago, les obligo a repetirlo tres veces seguidas, lo más rápido que puedan. Como Dorothy en el Mago de Oz con su “There´s no place like home“. No falla: “Kitchen in the chicken“. Lo cambian TODOS.
Confusiones entre desert y dessert. Otras correcciones de exámenes en los que bailan “I work as a loyal” en lugar de lawyer… O traducciones locas de la palabra embarrased (embarazada, la mayoría de las veces).
Por si fuera poco, en casa, el idioma estrella es el Spanglish. Así tengo a Stella con:
– Mamá, ponme los socketines rosas, anda.
O a Lucas con:
– Mommy, ¿estás cansada? ¿Por qué? ¿Te duelen las leggas?
Aunque claro, con el padre “setteador de trendas” que tienen… tampoco es de extrañar.
Así que, no os extrañéis si algún día pongo alguna burrada o no conseguís entender lo que escribo. Tengo el cerebro en modo mezcla y esto va “in crescendo”.