Vamos, que llover… llueve a cántaros.

Me encantaría estudiar el curioso “fenómeno atmosférico” que determina que el pico de intensidad de un temporal debe darse justo a la salida del cole.

Oye, no falla. Diez minutos antes de recoger a los niños, todo es calma, no hay viento, las nubes no son amenazantes… pero según aparcas (en el quinto pino, casi siempre, por miedo, pánico y horror a las multas), las nubes se van tornando grises oscuras, se levanta un viento huracanado y descubres que no, esta vez, tampoco has metido los paraguas en el maletero.

Bah, total… casi mejor. Así no hay accidentes y puedes escabullirte haciendo slalom entre los huecos que dejan las “armas punzantes” digo.. paraguas de los demás.

Vas corriendo a las clases de los niños. Normalmente Stella sale antes, la recoges y de camino, sale Lucas. Cuando llueve, no. Cuando llueve, Lucas sale primero, se hace el remolón hasta llegar a clase de su hermana. Stella tiene un mal día y quiere brazos y mimines. Lucas se dispone a saltar charcos con las zapatillas deportivas… porque sí. Ese día le toca Psicomotricidad y no ha llevado botas de agua.

Llegas a casa, empapada y un poco enfurruñada. Los dos se han dormido en el coche, así que montas la de San Quintín para meterles en casa sin que se mojen y sin que se despierten… Y justo, cuando todos estáis a cubierto, te quitas los zapatos, levantas la vista del suelo y… tachán. Ni una gota.

Decidme si no es un caso de estudio.

* En la foto de portada, los pueblos negros de Guadalajara bajo la lluvia.. Porque sí, el fenómeno es recurrente en excursiones y salidas familiares. 😉

Días de lluvia saben mejor con música de fondo.