She.

Tenía nombre de ciudad.  Es lo primero que recuerdo de ella, el primer dato objetivo. Escuché su nombre antes de verla físicamente…

Su pelo era rubio, color miel como la que me daba mi madre por las mañanas durante el invierno. “Para proteger la garganta”, decía. Al principio me daba repelús, pero acabé acostumbrándome al dulzor mañanero y al vaso de agua posterior, para contrarrestar. Siempre pensé que era la venganza materna subconsciente por las cucharadas de aceite de hígado de bacalao que había tomado en su niñez y de las que siempre nos hablaba. Perpetuando tradiciones masocas.

Sus ojos eran verdes…  y tristes. Parecía aburrida. Yo pensaba que con esos ojos tan bonitos, era una pena que no sonriera con la mirada. La nariz respingona estaba salpicada por unas graciosas pequitas que denotaban su origen extranjero.

Su voz era dulce; yo tenía su edad… pero mis palabras sonaban graves y secas en comparación. ¿Por qué no cantaría en el coro con nosotros? Seguro que cantaba como los ángeles.

Pero no, sólo la escuchábamos hablar con su madre, nuestra pianista acompañante… palabras extrañas con acento marcadamente alemán. Pero ni una nota. Parecía que las notas musicales llegasen hasta ella y la resbalasen. La música no podía emocionarla. Y yo no lo entendía.

Me quedaba mirándola, fascinada y extrañada al mismo tiempo. Curiosa, con ganas de plantarme delante y preguntarle todas esas absurdeces que se me ocurrían.

Su madre era una pianista excelente y nos sonreía mucho. Jamás nos reñía… Pero a ella sí. Cuando tardaba mucho en sacar los cuadernos y ponerse con los deberes, la miraba de reojo y cuando el director hacía un descanso, la regañaba. O eso creíamos adivinar en sus expresiones porque no entendíamos absolutamente nada. Sus deberes eran infinitos. No terminaban jamás.

Y entonces yo entendía un poco de su tristeza, o de su aburrimiento o de su apatía… Tenía nombre de ciudad y después de ese año, la olvidé completamente.

Hasta la semana pasada. Echando un vistazo a la programación musical del mes que entraba, su nombre se hizo grande ante mis ojos. Reconocí su nombre de ciudad. Vi sus ojos brillar por fin. Y me vino a la mente esa niña pequeña con la que nunca hablé, pero que nos acompañó silenciosamente durante cada uno de nuestros ensayos. Y respiré aliviada pensando que al fin, la música también la había cautivado a ella.

10 thoughts on “She.

  1. Jo, muchas gracias…yo creo que escribir es algo que siempre me quedará grande, ay. Yo también me alegro tanto por ella…tengo ganas de escucharla.

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